lunes, 10 de julio de 2017

El monasterio de Santa Clara de Moguer



         Otro monumento que hemos podido visitar, con ocasión del congreso de franciscanismo, ha sido el monasterio de Santa Clara de Moguer. Fundado por el Almirante de Castilla D. Alonso Jofre Tenorio y su esposa Elvira Álvarez, en 1337, para religiosas franciscanas clarisas, recuerdo está asociado a la gesta colombina, como recuerda la placa colocada en el muro exterior del mismo.





         Frente a él se alza el monumento dedicado a Colón, donde también se alude a su relación con el convento, visitado por el descubridor en varias ocasiones. Allí llegó buscando la protección de su abadesa sor Inés Enríquez, que era tía del rey Fernando, y al regreso del viaje cumplió en su templo el llamado “voto colombino”.

         Cuando regresaban a la península las carabelas La Pinta y La Niña, fueron sorprendidas a la altura de las Azores por un fuerte temporal que las separó. En La Niña, donde iba embarcado Colón con marineros de Moguer, llegaron a temer que la situación estaba perdida, por lo que decidieron encomendarse a la Virgen, haciendo voto de que dos tripulantes, visitarían otros tantos santuarios marianos si lograban sobrevivir. Los templos elegidos fueron el monasterio de Guadalupe y el Santuario de la Santa Casa en Italia. Correspondió por sorteo acudir al primero a Colón, y al segundo a un marinero de la dotación. Fue entonces cuando los moguereños propusieron también ir en peregrinación al monasterio de Santa Clara de su localidad y, en este caso, la suerte recayó también en el futuro Almirante, el cual cumplió el voto el 16 de marzo de 1493, encendiendo un gran cirio en la iglesia, donde permaneció en vigilia toda la noche. Este acontecimiento es rememorado todos los años por los vecinos de Moguer, con sus autoridades al frente, con una solemne Eucaristía y el encendido de un cirio, así como con la colocación de una corona de laurel al pie del monumento a Colón.






         El edificio conventual se articula en torno a dos claustros. El llamado “claustrillo mudéjar” edificado en ladrillo, con tres arcos apuntados en cada panda y el “claustro de las Madres”, de mayores proporciones. La parte inferior es del siglo XV, mientras que en dos de sus crujías se levantó otra planta, en el XVI, con arcos de medio punto sobre finas columnas de mármol.





         Entre las dependencias nos llamó la atención la cocina por la solución arquitectónica de su bóveda que permite la iluminación cenital del espacio, así como por la reconstrucción del hogar que nos permite acercarnos a la realidad de la misma en el pasado.




         Sumamente austero es el refectorio (“refertorio” según el rótulo de su entrada), con bóveda de crucería de ladrillo y escasamente iluminado.




         Mucho más impresionante es el dormitorio bajo con sus casi 70 metros de largo por uno 7 de ancho, cubierto por un artesonado renacentista y con un curioso púlpito de rejería, junto a la puerta de acceso.




         Como curiosidad se ha recreado en otra estancia el “despacho” de la abadesa, representada por una figura de indudable realismo, en además de firmar unos documentos que, alguno de los visitantes, no pudo resistir la tentación de leer.




         La iglesia es de dimensiones muy superiores a las habituales en un templo conventual. Exteriormente, responde a la tipología de las iglesias fortaleza, rematando su cabecera un ábside poligonal. El interior se distribuye en tres naves con bóvedas de crucería y capillas entre los contrafuertes. En el presbiterio destaca el gran retablo mayor de mediados del siglo XVII, obra de Jerónimo Velázquez, discípulo de Juan Martínez Montañés.



         Frente al altar mayor se encuentra un impresionante túmulo funerario con cinco estatuas yacentes que corresponden al fundador del monasterio, D. Alonso Jofre Tenorio; su esposa Dª. Elvira Álvarez; la hija de ambos Dª. Marina Tenorio; Dª Beatriz Enríquez; y el III señor de Moguer, el joven D. Alonso Fernández de Portocarrero.






A ambos lados se sitúan, bajo arcosolios, los sepulcros de D. Pedro de Portocarrero (VIII señor de Moguer) y su esposa Dª. Juana de Cárdenas; y los de D. Juan de Portocarrero (IX señor de Moguer) y su mujer Dª. María Osorio.



         Pero, sin duda, es el coro uno de los elementos más destacados del monumento. A él se accede por una estancia cuadrada, con una cubierta mudéjar que, en su origen, fue utilizada como panteón para la comunidad.






         En el interior del coro se conserva la preciosa sillería del siglo XIV, de clara influencia nazarí, como lo demuestran los delicados capiteles inspirados en los de la Alhambra, así como los leones que decoran los remates de los brazos de las sillas. En sus respaldos y en sus laterales aparecen representados las armas personales de las monjas que los utilizaron, pintados en épocas posteriores.




         En la actualidad, el monasterio es la sede del Museo Diocesano de Huelva, conservando obras de diferente procedencia y una colección de pintura contemporánea de Teresa Peña, instalada en la antigua enfermería.



         El convento que, desde 1931, es Monumento Nacional (ahora Bien de Interés Cultural) estuvo ocupado por las clarisas hasta 1902. En 1930, pasó a ser utilizado por una comunidad de religiosas Esclavas del Sagrado Corazón, a una de las cuales, la hermana Brígida del Corazón de Jesús se la recuerda de manera especial con una lápida colocada en el exterior y con la calle que tiene dedicada. Cuando se trasladaron a Sanlucar la Mayor (Sevilla) en 1955, llegaron los capuchinos que, desde 1961, instalaron en el recinto conventual un Colegio de Filosofía, hasta que en 1975 abandonaron el edificio que, como hemos comentado, se transformó en Museo Diocesano.

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